Este tema yo lo aprendí hace mucho tiempo, y lo he aplicado en los cursos y diplomados que imparto, para beneficio de los clientes; se trata de un modelo desarrollado por Donald L. Kirkpatrick en la década de los 60, que buscaba una manera de evaluar la formación universitaria y laboral; para ello creó una serie de 4 etapas, cada una con mayores requerimientos que la anterior. Le presento el detalle:
En el primer nivel, tenemos el gusto o aprobación de los asistentes. Típicamente, se responde a una pregunta parecida a esta “qué le pareció el curso”, para obtener una opinión, una medida cualitativa; sin embargo, aunque el evento le haya gustado mucho a los asistentes, o se hayan divertido, en realidad no se tiene la imagen de si aprendieron algo.
En el segundo nivel, además
de haberles gustado a los asistentes, ya se involucra el aprendizaje.
Normalmente, se revisa si se cumplió este nivel, mediante una evaluación de los conceptos o habilidades adquiridas. Si se cumplen ambos niveles, mucho mejor, pues además de disfrutar del evento, se llevan conocimiento.
En el tercer nivel, desde el
punto de vista de la empresa, ya empezamos a ver más claro, pues aquí se mide
si la capacitación modificó el comportamiento de las personas; evidentemente,
el conocimiento ya se asimiló, y en el ideal, se espera la modificación de hábitos relacionados con el
puesto o la actividad.
En el cuarto y último nivel,
se mide si la capacitación influyó en los resultados del negocio. No basta con
que haya sido un bonito curso, con haber aprendido algo, y que se haya generado
un cambio en el comportamiento, sino que todo eso debe impactar en los
resultados del negocio. Por ejemplo, un vendedor que va a un curso donde le
enseñan técnicas de venta, modifica sus conductas, su modo de tratar al cliente,
las maneras de realizar el cierre, y eso genera un 10% más de ventas, comparado
con el mismo periodo del año anterior. Esto también podría aplicarse a
cursos de seguridad, atención al cliente, información técnica, etc.
En el párrafo anterior mencioné que el cuarto era el último nivel de Kirkpatrick, y así es en la publicación original, sin embargo, se desarrolló un modelo basado en éste, para medir el retorno de la inversión sobre la capacitación (modelo de Phillips); cuánto se gastó en el entrenamiento, y cuánto se tuvo de retorno. Y es que justamente este punto es el que les complica a muchas empresas: mandan a su personal a capacitar, contratan cursos y luego no ven ningún retorno. Me parece que desde el principio, se debe dejar muy claro qué y cuánto se espera de las personas que atienden a la capacitación, ya sea en proyectos, en ahorros por determinadas conductas, en incremento en ventas, es decir, algún valor cuantificable dada la inversión realizada.
Obviamente, esto tiene una
gran utilidad en las empresas, para saber de qué manera los recursos asignados,
van a tener un impacto positivo en la organización. Pero también a nivel personal:
Si usted se inscribe en un curso, diplomado, maestría, o lo que sea, debería
tener en mente qué espera modificar en su conducta o desempeño profesional y
cuánto esperaría obtener como retorno. Si gasta mil pesos en un curso de alguna materia, al menos esperaría un proyecto que le reditúe varias veces ese monto, ¿no? Suena reduccionista, muy materialista,
pero si no obtenemos un beneficio tangible (en lo económico, en posicionamiento
profesional, en nuestras relaciones con clientes y otras personas) por el
tiempo y dinero invertido, ¿cuál sería el sentido de esa actividad?
Cuando se trate de capacitación, entonces, ya lo sabe: elija un curso que le permita aprender, modificar conductas y generar beneficio para la empresa o usted, dependiendo quien lo contrate, y en todo caso, busque la multiplicación de su inversión. Y recuerde: la capacitación debe estar en todo tablero gerencial de control.
Espero que esta información
le sea de utilidad; le invito a compartir este artículo y leer otras entrada de mi blog (como los temas de capacitación para 2022), y quedo atento a sus comentarios.
Referencia:
Herrero, P. P. (2000).
Evaluación del impacto de la formación de las organizaciones. Educar, 119-133.
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